El Negro Beatriz Zamora La emergencia transcivilizatoria
El Negro. Origen infinito. Beatriz Zamora
La emergencia transcivilizatoria
A la pregunta ¿qué piensa de la civilización occidental?, su respuesta fue: «Creo que sería una excelente idea».
M. Gandhi
Veremos lo importante que es brindar a la mente humana la revolución radical…
Krishnamurti
Nacida en 1935, Beatriz Zamora es una artista plástica mexicana: emblemática, prolífica e iconoclasta, desde la segunda mitad de la década de los 70, sobreponiéndose a las adversidades de serlo en nuestro país. A sus 88 años, su obra, conformada por más de 4,000 piezas, es un referente vigente de trascendencia, en el panorama artístico nacional e internacional.
Por su formación, es una artista que asumió la vida como un proceso autodidacta integral y continuo hacia la experiencia de creación del infinito de infinitos de El Negro. Proceso de apertura epistémica de construcción de su propio sentipensar, que supo aprovechar el curso de su propia vida y sus experiencias desescolarizadas de cada etapa, para definir sus motivaciones profundas como persona, como artista y el curso conceptual original posterior de su obra.
En 2010, publicamos que:
Desde el punto de vista estético-formal del arte contemporáneo inscrito en la visión occidental, su obra minimalista y primitiva a la vez, sugiere una fuerte evocación lúdica e intuitiva del materismo y del arte povera, así como un cerrado acrisolamiento lírico conceptual–abstraccionista. Sin embargo, en su búsqueda del absoluto, su obra y concepto, aparentemente restringidos a la doble limitación de la monocromía y del negro, rebasaron la radicalidad de todo ello, al transgredir las convenciones que rigen el código de la investigación estética en la creación moderna, como ha dicho Gérard-Georges Lemaire, eminente crítico francés especializado en el Negro.
La crítica-crítica estética convencionalmente radical por ahí encuadra la creación de Zamora. Y la coloca en el Olimpo como legítimo destino. Exaltando su genialidad de individuo moderno excepcional. Dado que, para la modernidad-colonialidad, no hay nada más allá de la hipertrofia del ego.
También dijimos que la crítica moderna, por ser moderna, con todo y su jaula epistemológica, su filtro hermenéutico, su ceguera heurística y su negación ontológica, no alcanza para reconocer la trascendencia de su obra. Y enumeramos los aspectos de una triple mirada de integralidad, necesaria y ausentes.
Hoy podemos decir que esa triple mirada se engloba en la perspectiva de la dimensión psicosocial mitopoyética, en la que la maestra Zamora ha incursionado de forma continua y rotunda a sus anchas. La cual hemos aprendido a distinguir.
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El periplo de El Negro de Beatriz Zamora abarca 45 años y 3,500 obras acuerpadas en múltiples planteamientos. Así denominó ella los senderos de expresión y de articulación entre materiales, técnicas y posibilidades expresivas en las que ha incursionado con maestría y originalidad versátil con este concepto plástico filosófico. Incluido su previo transitar vertiginoso por La Tierra de 1976-1977. Con un lote poderoso de 500 obras, hechas con tierras —pigmentos naturales— colectados por la pintora, en diferentes regiones de nuestro país. Donde se refrendó, como persona, hija de la madre Tierra.
A diferencia del estigma del negro como tabú plástico, estético, cultural y civilizatorio de Occidente, la maestra Zamora pronto descubrió, con un solo golpe de comprensión-intuición, que ese concepto y sus planteamientos, una vez descubiertos, eran infinitos. Con ello nos ofreció, como experiencia de la conciencia, la noción del infinito de infinitos, el multiverso. Lo que aparece de inmediato como disciplina mística inquebrantable, es su lúcida y lúdica pasión, que se auto reciclaba y expandía conforme avanzaba en la experiencia de la creación infinita.
Hoy, sólo es la factura del tiempo lo que frena su ímpetu de creación, que no su voluntad creativa. El sobre esfuerzo sostenido, con tal lucidez, en su cuerpo lesionado de gravedad en lumbares y cervicales desde 1969, hizo posible que La Tierra y El Negro aparecieran como obras para el mundo, desde México.
Si para Ortega y Gasset somos consecuencia de nuestras circunstancias, para las mujeres paridoras de mundos de este país, sus circunstancias han tenido que ser afrontadas, en sus diferentes tipos de relaciones interseccionales con los hombres y mujeres, en el mundo moderno patriarcalista y machista, de jerarquías corporativas normalizadas, extendidas en todos los ámbitos (Estado y gobierno, ejército, religión, academia, cultura, deporte, empresas y crimen organizado —más allá de cuello blanco—).
Y con esas mismas circunstancias, para Zamora como mujer paridora de mundos, continuar su propio afán de búsqueda y de creación inquebrantables.
Previo de ese periodo inicial de El Negro, muere Rosario Castellanos, en 1974, quien ya era un referente original, frente a la hegemonía cultural moderna paciana y de la mafia cultural de la época, en el México de la demagógica ‘Apertura democrática’ y verdadera Guerra sucia, con la que se inaugura el periodo neoliberal. Y la enorme Alaíde Foppa, desaparecida y asesinada por el Estado de Guatemala en diciembre de 1980. Menciono esto, porque también de ausencias cómplices de las jornadas titánicas e interminables, hay que tener referente.
Por el tesón de la maestra Zamora, el corpus robusto y maduro de El Negro es, a su vez, testimonio de una travesía inscrita ya, en la historia de larga duración de América Latina y de la humanidad. Para la maestra Zamora, fue una odisea y un vía crucis moderno, de una mujer, que tuvo que sobrevivir y reinventarse a sí misma. Para hacerlo, no se atuvo exclusivamente a las limitaciones del imaginario ficcional de la modernidad y conversó con tradiciones milenarias de Oriente. A la vez que abrevó de su propia experiencia humana psico-emocional infantil, le tocó vivir lo crudo y lo cocido, por temporadas de supervivencia (sic), en la sierra norte de Puebla, con una familia muy pobre, de la que no era pariente. Y salvaguardando a sus hermanos menores.
El Negro reclamó desde el principio una perspectiva de larga duración, ‘más allá de la modernidad’… Ahora, en esta época de auto trascendencia recursiva y auto referida de la Modernidad, de la pos y transmodernidad estética y de la cultura asociada a reivindicaciones ciudadanas y profesionales de la Sociedad civil, con subvención trasnacional que inauguró la Open Society, desde los años 90, que deja de lado los derechos sociales históricos y cierra los ojos al saqueo del mundo.
Una perspectiva de mayor envergadura y profundidad, sólo la ofrece la dimensión psicosocial, inscrita, a su vez, en la historia de larga duración, de la que habló Braudel en la Escuela francesa de los Anales. Y que engloba al arte y la cultura moderna. Donde la estética de la modernidad sólo es una, que no la única opción de reflexión, de comprensión del goce estético. Sin embargo, la dimensión psicosocial reclama también aprender a girar la mirada en 360 grados esféricos e incorporar otros aspectos más allá del mercado y del espectáculo, como criterios de validación y legitimidad; para plantearnos si el arte aún tiene vigencia en cuanto al cuestionamiento y la expansión de la conciencia humana.
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Como seres humanos, existimos en el conversar. Creemos en el mundo que hemos creado socialmente y en el cual emergemos como personas consensualmente.
Este es el mecanismo básico mitopoyético, mediante la creación de las meta-narrativas —fabulas—, que permiten jerarquizar normas, reglas y valores en un determinado sistema de creencias, qué consensuar u obedecer, para interactuar entre nosotros y con el entorno. Originalmente esta herramienta cognitiva emergió como revolución societal, hace 70,000 años, de la propia deriva evolutiva biológico-cultural, de nuestro conversar que nos hizo humanos. Por razones históricas complejas, este mecanismo psicosocial derivó en Occidente hasta el patriarcalismo duro, cosificador y corporativista de la modernidad, que atañe por igual a hombres y mujeres, en cuanto a vocación hegemonista y supremacista civilizatoria. Y que depende, como modelo de vida, de la ilusión de contar con dos planetas de repuesto.
La obra de Zamora continuará existiendo más allá de la limitación ficcional del individualismo, la competencia y la fragmentación cosificadora modernas.
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Para Zamora, desde entonces cobró vigencia ética el diagnóstico etiológico psicosocial de Krishnamurti: No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma. Y la advertencia de Ioan Culianu acerca de que: La especial dignidad de la humanidad proviene no de su obediencia sino de su oposición al mundo.
Sobre todo, si coincidimos con Gandhi, en cuanto a la precaria patología psicosocial civilizatoria de Occidente.
En sí misma, como obra, El Negro de la maestra Zamora es una epopeya épica desbordada y es testimonio amorosamente radical de vida. En donde entendemos el concepto de amor como el reconocimiento de la legitimidad del otro, como otro igual a uno, en nuestra interacción conjunta. Amar es una ampliación de la mirada de respetar al otro u otra sin exigencias, sin supuestos, sin expectativas; que permite el camino del mutuo respeto (Maturana) y la posibilidad de la co-creación del mundo de mundos, a compartir.
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Es en esa perspectiva de larga duración de la historia, donde tienen cabida otros temas trascendentes para los seres humanos y su relación con el entorno. A la vuelta de 50 años, cobra vigencia contundente el Informe del Club de Roma, de 1972, acerca de los ‘Límites del crecimiento’ de la humanidad en el planeta.
https://mutuacrianza.blogspot.com/2022/11/50-anos-despues.html
De la misma manera que se mostró el choque geopolítico de Oriente y Occidente, iniciado en ese mismo periodo y que ahora se consuma, en la emergencia de los BRICS ‘plus’. Así como la deriva frenética del neoliberalismo demagógico, cínico, saqueador y extractivista. Inaugurada en 1973, con el Golpe de estado en Chile, orquestado por la CIA y EEUU, durante el gobierno de Salvador Allende, un día antes del llamado al plebiscito del refrendo del gobierno de la Unidad Popular.
Este conjunto de situaciones mundiales, en este breve periodo transcurrido a la fecha, derivó en una crisis multidimensional que va, del cambio climático a la propia crisis ontológica (de legitimidada ético-existencial) del propio sistema-mundo capitalista de la modernidad-colonialidad, que hegemoniza la reflexión elitista y compartimentada del arte y la cultura. Que ha provocado la mayor polarización económico-social y la desigualdad extrema de la historia. Condenando a miles de millones de personas a la muerte. Esto, redondea el inicio de la era geológica del Antropoceno en su primer estadio del Capitaloceno, asociado directamente a la Sexta extinción masiva de la vida en el planeta, ya en curso irrefrenable también.
El Antropoceno se refiere a la potencia que la actividad humana ha adquirido hasta convertirse en una fuerza ambiental destructiva de escala geológica (Crutzen, 2002). El Capitaloceno es la geología de la acumulación de capital (Malm, 2020).
Hablamos ahora no sólo de la crisis civilizatoria, sino del colapso civilizatorio de la modernidad, según expertos. A menos que alguien tenga a la mano, para empezar, dos planetas extras de repuesto.
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El Negro de Beatriz Zamora es vigente porque con él podemos vislumbrar dos aspectos, que de otra manera han sido invisibles para la propia modernidad-colonialidad: la perspectiva de la crítica psicosocial civilizatoria de la misma y su posibilidad transcivilizatoria amorosa.
Comprender desde dónde es posible hacer esto, implica romper con la jaula epistemológica, de la que habla Maturana y el filtro hermenéutico de Ioan Culianu. Jaula y filtro de la colonialidad cultural, del conocimiento y de las subjetividades de los individuos modernos precarizados, despojados multidimensionalmente en su propio ser; mediante la omnipotencia del mercado financierista de los circuitos plutocráticos ciber-bancarios, que terminó cooptando, durante este mismo periodo —a la vista de todos y al amparo de nuestro silencio— al propio mercado del arte, las redes y circuitos culturales liberales-wokes periféricos.
Ese contexto nos permite ver, por primera vez, más allá de la modernidad, que existe una fisura epistemológica transcivilizatoria, con tan sólo preservar el amar como única emoción capaz de ampliar la inteligencia (Maturana), para ampliar la comprensión del encuadre crítico estético.
En ese sentido, el mundo de mundos de El Negro de Beatriz Zamora es un rotundo experimento psicosocial mitopoyético de larga repercusión, frente a la perspectiva miope de las modas. De ahí su vigencia y la imposibilidad estética de abarcarlo por la crítica moderna. En ese sentido, la obra de Beatriz Zamora está consumada a plenitud.
En este breve recuento psicosocial histórico de contextualización semántica y hermenéutica, el negro es una palabra que, en la década de los años 70, tuvo connotaciones muy especiales en el terreno de la lucha social de la historia moderna.
En EU el gran movimiento por los Derechos civiles de los afroamericanos surge con la declaración lacónica y desconcertante: “I am a man”, misma que se convirtió en una confidencia visionaria: “I have a dream”, del Dr. Martin Luther Kin, en 1968. Para la década de los años 70 emergen los Panteras negras como un partido político social revolucionario con estas mismas banderas, cuestionando el orden socio-económico en su conjunto, en el seno del imperio y una distinción estético-cultural: Black is beautiful.
Al mismo tiempo, la historia del arte y la estética moderna habla del negro como el color del no-color (sic), a partir de las experiencias del arte moderno anterior, con Rembrandt, en el siglo XVII; Turner y Goya, hacia el impresionismo en el siglo XIX. Aproximándose desde el abstraccionismo a principios del siglo XX con Malévich y Kandinsky, hasta el expresionismo abstracto de Rothko, Newman y Still, de la Escuela de Nueva York y el ‘outrenoir’ de Soulages, en Francia.
Sin embargo, en un terreno mucho más amplio y de connotaciones más profundas. Antes de Beatriz Zamora, por siglos en Occidente, el negro fue un tabú solipsista (sic).
Ahora, en el mundo de la SEMIÓTICA intercultural, El NEGRO de Beatriz Zamora, conversa con el BLANCO, de cerca de 15,000 años de los múltiples vocablos de los inuits boreales, que para nosotros resultan sensorialmente indistinguibles, mientras para ellos están asociados a las diferentes palabras, para nombrar la distinción de los matices perceptuales del entorno, en aras de la conservación de la vida misma.
El Negro de Zamora también se encuentra con la noción del VACÍO o VACUIDAD del taoísmo y el budismo orientales de más de 3,000 años, en su gran ejercicio psicosocial mitopoyético de la conciencia corporal de la conciencia. La enactuación que nombró Francisco Varela.
La forma es vacío, el vacío es forma, la forma no es diferente del vacío, el vacío no es diferente de la forma. (Igual sucede con las sensaciones, la percepciones, las formaciones mentales y la conciencia). Sutra del corazón. BudismoAdemás, se relaciona con las matrices civilizatorias de la Mutua crianza —Uywanakui— de los pueblos de lenguas originarias de Nuestra América Latina Profunda, de más de 10,000 años, de conservación de la coderiva evolutiva biológico-cultural de los modos de vida de las comunidades de dichos pueblos y su vínculo estrecho con los maíces criollos de milpas de temporal y los policultivos asociados. Una hazaña civilizatoria —de relevancia transcivilizatoria— que no hemos terminado de comprender… ni de PISAR, NEGAR e INVISIBILIZAR, como individuos y sociedades modernas.
Existen otros referentes mitopoyéticos milenarios, hermanos mayores civilizatorios, en esa historia de larga duración. Frente a ellos se yergue la obra que desmantela lo que para Occidente fue símbolo y referencia civilizatoria de un tabú. No cualquier tabú. Ni uno específico. Lo fue, como corpus multidimensional de este tabú que encierra el enlistado de dualidades binarias antagónicas que reflejan la expresión cultural y civilizatoria de la interseccionalidad del patriarcado en la modernidad, que desde hace 500 años escogió transitar por el camino de la ambición y la apropiación y con ello dio paso a la acumulación originaria del Capital y sus relaciones barbáricas de despojo y extractivismo.
En ese sentido, la obra de Zamora es una cuña que ha logrado abrir una pequeña grieta ontológica, en la perspectiva transcivilizatoria para ayudarnos a crear una meta-narrativa muy otra, de conciencia emancipada nosótrica (Lenkersdof) y convivencial (Illich). Asimismo lo hace con nuestra relación con el Cosmos y la inconmensurabilidad de la Energía y la Materia oscura.
Desde esa pequeña grieta persistente de la conciencia y del imaginario ficcional, somos capaces de conversar horizontalmente con otras civilizaciones coexistentes; que la hipertrofia del ego ideológico-cultural occidental negaron, borraron e invisibilizaron por siglos.
Frente a la casuística aleatoria —mafias culturales mediante—, del patriarcado y sus estructuras corporativistas; de su borramiento como persona, como mujer y como artista —de la que no cualquiera la libra—, Beatriz Zamora ha sobrevivido al laberinto, al sortilegio y al infortunio. Lo pudo hacer por saberse bendecida desde algo allende sus circunstancias...
Beatriz y El Negro, más allá de sus circunstancias... de ahí que siempre será, como ella dice: El Negro. Origen infinito.
Francisco Hernández Zamora
25 de julio de 2023
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